Un alto cargo del govern secesionista catalán y al parecer uno de los estrategas del afamado prusés conversa con un compinche sobre la provisión del puesto de consejera de educación que habría de estar ocupado por una mujer. El interlocutor se lamenta de que es difícil encontrar a una mujer para el cometido y el estratega le responde, a la que tenga las tetas más gordas se lo das. La amena conversación hecha pública está trufada de expresiones descarnadamente machistas. La noticia se complementa con la intervención de la jefa de filas, doña Rovira, que acude maternalmente a reprochar la conducta del bocazas y a asegurar que semejantes barbaridades no forman parte del ideario del partido. Los chicos son buenos. Tranquiliza saberlo. La anécdota se presenta como el colofón a la gran jornada feminista y nos recuerda que la heroica marcha hacia la paradisíaca república independiente de Cataluña está contaminada ¡también! del mismo machismo herrumbroso sobre el que las mujeres acaban de celebrar, a lo que parece, un éxito rotundo.
La agenda de la huelga y de las manifestaciones feministas de ayer tiene una ambición colosal, y el carácter transversal, intergeneracional, interclasista, universal y casi unánime de los apoyos que recibió dificulta, más que favorece, su aplicación en políticas concretas. A grandes rasgos, las demandas proclamadas ayer en la calle implican, aumentos retributivos para acabar con la desigualdad salarial; retribución a los llamados trabajos no productivos en el ámbito doméstico, entre otros los cuidados a personas; paridad profesional en todos los campos y sobre todo en las cúpulas de las organizaciones, partidos políticos incluidos; aumento de recursos contra la violencia machista, que es estructural; cambios radicales en los programas educativos y en los valores de la sociedad, y, en resumen, condiciones reales para el desarrollo autónomo de la mitad de la humanidad. Las mujeres como sujeto revolucionario. Es, sin duda, el único proyecto genuinamente liberador en marcha desde unas décadas atrás y el empuje que recibió ayer fue extraordinario y esperanzador. Pero, ¿quién lo gestiona y cómo?
La ola reivindicativa ha obligado a los partidos políticos a cubrirse, no tanto para que no les arrolle cuanto para que no les salpique, antes de entregarse a sus quisicosas. Las contorsiones a que las manifestantes sometieron a nuestros prebostes incluyeron que un personaje tan convencional, rancio y previsible como don Rajoy consintiera en exhibir una escarapela alusiva en la solapa. Un gesto insignificante en la onda de la jornada en la que a los hombres se nos vio por primera vez manifestar solidaridad y acuerdo con nuestras compañeras. Pero no conviene llamarse a engaño. La conversación destapada entre los dos capitostes catalanes indica mejor que cualquier lacito en la solapa cómo funcionan las instituciones realmente existentes, y la sociedad que las sostiene. Ellas lo saben.