Vuelta al laberinto después de unos días de asueto, en los que ni que estés en el corazón de la Amazonía, lo que no ha sido el caso, puedes escapar de los tentáculos del pulpo comunicacional. El patio de vecindad, que estaba pendiente de restauración y adecentamiento aparece encharcado por las deposiciones  de un pavo nuevo en el corral, un tal don Quim Torra, un personaje efusivo, sentimental y propenso a la histeria en sus manifestaciones patrióticas, al que resulta insuficiente calificar de xenófobo porque de lo que funge con éxito es de sandio. ¿Han leído los pueriles disparates que escribe? Un don nadie aupado a la poltrona para continuar la guerra de posiciones en la que el estado cree tener sitiada a la generalitat independentista mientras esta espera el momento en que las circunstancias le permitan iniciar un contraataque exitoso. ¿Cuánto durará el asedio?, ¿qué circunstancias podrían impulsar la causa independentista? No se sabe. Entretanto, el desgaste de ambos adversarios es notorio, constante y de imprevisibles consecuencias. Don Torra ha aceptado el rol vicario de su mandato e incluso la prohibición de ocupar las estancias de respeto del palacio presidencial, aceptando no solo su provisionalidad en el cargo, sino su ilegitimidad en el santoral independentista. Un presidente degradado para una institución degradada. En la trinchera de enfrente, el estado comprueba en las tribulaciones del juez Llarena que el cañón gran berta  que había ideado para descabezar al independentismo no funciona como se esperaba: demasiado ruido y humo y poca puntería. El subtexto de esta batalla bufa es que los independentistas están tan enamorados de sí mismos que no necesitan gobernar Cataluña porque cualquier desdicha que caiga sobre la población podrán imputarla al cientocincuentaycinco. A su turno, el gobierno de don Rajoy está sumido en la perplejidad; haga lo que haga, no solo no gana ni un punto sobre el terreno sino que lo pierde a manos de sus ambiciosos sucesores, así llamados ciudadanos, dispuestos a que la situación se pudra en Barcelona si les permite conquistar Madrid. Entretanto, la izquierda, inmóvil, paralizada.

El reparto territorial instituido en la constitución vigente partía de la premisa de que las comunidades históricas eran predio de la derecha regional, con el concierto económico en el País Vasco y con su sucedáneo del tres por ciento en Cataluña. Gobernara quien gobernara en Madrid, el acuerdo se respetaba. Las alteraciones de este esquema (tripartitos, etcétera) fueron pocas, transitorias y vistas por todos como una anomalía. El régimen duró hasta la llegada de la crisis. Espanya ens roba fue la feliz jaculatoria para eludir las propias responsabilidades en la corrupción del pujolato y en los recortes de gasto público exigidos por los mercados y que don Rajoy aplicó con fervor de alumno aventajado. Don Rajoy, el conservador parsimonioso arrastrado por la marea centralizadora de su partido, que ha convertido Madrid en la charca de ranas de doña Aguirre, el ambicioso apparatchik del pepé que encabezó las manifestaciones contra el estatut de 2006, que terminaría tumbando el tribunal constitucional y que está en el origen de esta crisis, está ahora frente al desafío independentista, impotente. Don Rajoy y don Puigdemont, encaramados en sus respectivas atalayas de esta guerra de posiciones, no se quitan ojo mientras por ahí abajo corretea don Torra con sus salmos xenófobos como hace unos meses correteaba doña SorayaEseEse con los volúmenes de aranzadi bajo el brazo. Escaramuzas de la drôle de guerre.