¿Habrá Bréxit? Quiere decirse: ¿en qué va a consistir?, ¿con qué efectos? El comisario europeo Michel Barnier, encargado de las negociaciones con el Reino Unido para diseñar el procedimiento de salida ha publicado un artículo dirigido a tranquilizar a la opinión europea sin molestar a la opinión británica, pero que por hábito está escrito en el característico galimatías bruselense en el que las cosas son así si así nos parecen, o lo contrario. Veamos algunos de los ítems de la cuestión (en cursiva la opinión de Barnier):
Plazo. Reino Unido dejará la Unión Europea (UE) el 29 de marzo de 2019. Si se cumplen los plazos, porque es más fácil que lo contrario que no se cumplan. Pero este será el acto formal, ya que a continuación habrá un periodo de transición de 21 meses hasta el último día del año 2020 durante el cual permanecerá en el mercado único y en la unión aduanera. Es decir, de momento y durante más de dos años, Reino Unido se va, quedándose.
Vecinos para siempre. El Reino Unido ha sido parte de la UE durante 45 años. Compartimos valores e intereses. Es miembro del G7 y del Consejo de Seguridad de la ONU; puede ser un socio económico y estratégico importante. Nos interesa reforzar el papel de la UE en el mundo, mientras que cooperamos con el Reino Unido como socio cercano. El vecino con el que hemos roto sigue viviendo en el mismo descansillo de la casa; la pareja que se ha divorciado duerme en la misma cama; el socio que quería irse de la empresa sigue en el mismo despacho; el condiscípulo con el que hemos peleado en el patio sigue sentado en nuestro mismo pupitre. ¿Cómo podemos lograr una nueva asociación?, se pregunta retóricamente Barnier, y responde de inmediato con júbilo: El 80% del acuerdo de retirada está decidido. ¿?
Ciudadanos de aquí y de allá. Protegeremos los derechos de los más de cuatro millones de ciudadanos de la UE que viven en Reino Unido y de los británicos en la UE. Era nuestra prioridad y ha sido objeto de vigilancia por parte del Parlamento Europeo. ¿Qué derechos protegen? La lógica dice que los derechos civiles y laborales en una y otra parte serán distintos ¿o es que los británicos van a aceptar a los trabajadores comunitarios dentro de sus fronteras como si fueran británicos?, ¿es posible imaginar un movimiento nacionalista triunfante sin que la xenofobia se plasme en las leyes de una u otra forma contra las minorías antes comunitarias y ahora simplemente extranjeras?
‘Indicaciones geográficas’. El Bréxit sitúa dos territorios británicos en la misma frontera de la UE y dependientes de esta: Gibraltar y Ulster. Las poblaciones de ambos territorios votaron contra el Bréxit. A don Barnier, Gibraltar no le causa preocupación aunque reconoce que habrá que encontrar soluciones sobre las que España y el Reino Unido mantienen negociaciones. Irlanda del Norte en asunto más peliagudo porque hay que evitar una frontera rígida con Irlanda del Norte y proteger el Acuerdo de Viernes Santo que ha traído paz y estabilidad. La cooperación y los intercambios actuales entre Irlanda e Irlanda del Norte se dan en el marco de la UE. Lo que significa que la UE ha hecho más por la paz en Irlanda que los propios irlandeses, y no digamos los ingleses. Lo mismo puede decirse de la democracia española. ¿Pueden imaginarse la cantidad de enjuagues a que darán lugar las fronteras del Ulster y de Gibraltar como fuente de negocios y como pretexto para calentones nacionalistas de uno y otro lado?
La futura relación. Londres ha decidido abandonar el mercado único pero conoce bien las ventajas del mercado único [sic] y pretende mantener la libre circulación de mercancías, pero no la de personas y servicios y aplicar las normas aduaneras de la UE sin estar dentro de su ordenamiento jurídico. Don Barnier se engalla al recordarlo pero de inmediato pisa el freno. Confío en que podamos lograr un buen resultado en las negociaciones, matiza. ¿Cómo? Si no hemos entendido mal, cediendo: La UE ha ofrecido un acuerdo de libre comercio con aranceles cero y sin límites cuantitativos para las mercancías y se ha propuesto una estrecha cooperación aduanera y normativa y el acceso a los mercados de contratación pública, por dar algunos ejemplos.
Seguridad. Aquí don Barnier cree tener el viento de cola, después de todo parece pensar que los enemigos son comunes, y derrama una sarta de vaciedades: La UE desea una cooperación muy estrecha para proteger a nuestra ciudadanía y democracias. Deberíamos organizar intercambios eficaces de información e inteligencia y asegurarnos de que los cuerpos de seguridad trabajan juntos. Debemos cooperar en la lucha contra la delincuencia, el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo y podemos hacerlo en el intercambio de datos sobre ADN, huellas dactilares o registros de nombres de pasajeros en el transporte aéreo para identificar mejor a terroristas y delincuentes. Estamos dispuestos a hablar sobre mecanismos para una extradición rápida y eficaz, que garanticen los derechos procesales. Habrá cooperación policial, sin duda, pero al albur de las conveniencias británicas, que serán redefinidas para ajustarlas a las nuevas situaciones después del Bréxit, y no es probable que la cooperación se extienda graciosamente a delitos financieros. Eso sin contar con que estaremos más lejos de una armonización legislativa europea.
Conclusión. El blando discurso de don Barnier revela la debilidad europea. Don Trump ya ha declarado que la UE es el enemigo comercial. Doña May la somete a un chantaje intolerable porque la derecha británica no quiere tanto separarse del continente, donde tiene el grueso de sus negocios, cuanto alterar la correlación de fuerzas y ganar hegemonía y ventajas en una nueva situación (más o menos, lo mismo que se propone la derecha soberanista catalana). Lo que se derive de esta ofensiva atlántica contra la UE, que encuentra aliados en las actitudes de gobiernos centroeuropeos y ahora de Italia, queda para la próxima entrega de la saga.