Una película de Ford Coppola con este título describe el proceso de destrucción a que lleva el oficio de un tipo dedicado a escuchar lo que dicen los demás; un detective provisto de un sofisticado instrumental tecnológico para el que no hay distancias ni paredes ni ruidos ambientales que le impidan oír lo que necesita oír del infeliz al que vigila. La historia es desoladora. El ahora famoso comisario Villarejo es ese tipo. Al parecer no salía a la calle sin su grabadora y su micro a buen recaudo para atrapar las confidencias de quienes por oficio o por querencia se acercaban a él. El empleo de poli le había hecho comprender que la condición humana es un vertedero del que se puede sacar buen provecho. Ahora está procesado y los registros de audio que guardaba en su casa se han convertido en el jardín de las delicias. Personajes de toga y coturno convertidos por el don del lenguaje en endriagos y demás fauna reptil.
La ministra de justicia se vio atrapada en algún momento en el néctar de los enjuagues polimorfos del comisario y ahí está su voz entre otras voces, hablando de esto y aquello. Chismorreos, invectivas, ocurrencias, un blablablá intranscendente… hasta que se reproduce fuera de contexto. Lo primero que llama la atención es la promiscuidad que reina entre los altos funcionarios de los poderes del estado, en este caso de la judicatura y la policía. No son puertas giratorias sino una complicidad previa, una atmósfera compacta, hecha de miríadas de intercambios profesionales y personales, afectos y desafectos que se concentran y dispersan, un minué bailado por gente que sabe que se necesita mutuamente para seguir en el machito. Y ahí está la ministra de justicia, entonces fiscal (o fiscala), a tono con la situación, haciendo gala del lenguaje vulgar estándar. Una mujer fuerte, se diría ahora; un poco machorra, se diría antes. Lo que se oye en las grabaciones no tiene entidad política y no es probable que la oposición consiga su objetivo de abatir a la ministra para acabar con el gobierno de don Sánchez, pero ¿quién puede sobrevivir al escrutinio de una charla privada? Es innegable que un nuevo nubarrón se ha abatido sobre el gobierno y ha empañado aún más la luminosidad auroral que presentaba a su nacimiento. Lo ocurrido con la ex ministra Montón y ahora con la ministra Delgado ponen en evidencia las servidumbres que arrastra, típicas de las élites políticas españolas. Una moción de censura no es una revolución, ni siquiera un cambio real, y ahí está para mostrarlo el comisario Villarejo, el diablo Cojuelo de esta época.