En los tiempos felices en que el golpe de estado formaba parte del vademécum político normalizado, el escritor italiano Curzio Malaparte escribió un libro con ese título, Técnicas del golpe de estado; un manual de historia para principiantes con el repertorio de todos los precedentes de la época. Malaparte era fascista pero también y sobre todo un oportunista y cínico de categoría que practicó toreo de salón con todos los regímenes políticos que se atravesaron en su biografía. En estos tiempos aciagos y confusos en que los significantes se han emancipado de los significados, el golpe de estado anda vagando por las corrientes del lenguaje público a la espera de encontrar un acto que le cuadre. El listado golpista de Malaparte termina en Hitler al que califica de dictador fracasado, lo que no se sabe si es una señal de perspicacia o de despiste porque el libro se publicó en 1931. En todo caso, las enseñanzas del italiano terminan ahí y de nada nos sirve para poner orden en nuestro guirigay presente.
La izquierda llama golpe de estado a la sublevación de Franco que provocó la guerra civil, acabó con la república democrática y abolió las libertades durante cuatro décadas, lo que parece un golpe muy exitoso. Malaparte no hubiera podido calificarlo de dictador fracasado, pero en aquel momento el autor estaba absorto en hacerse amigo del nuevo régimen democrático en Italia después de haber visto a su admirado Mussolini colgado por los pies en una gasolinera de Milán. Una escena, por cierto, que influyó de manera determinante en Franco para reorientar su política de acomodación a la nueva situación de la guerra fría, que tantos réditos le dio y le afincó para la eternidad en el mausoleo de Cuelgamuros. Pero volvamos al debate doméstico. En respuesta al Franco golpista de la izquierda, la derecha ha respondido exhumando (estos sí) golpes de estado a troche y moche, para estupor de historiadores y analistas; desde alguno remoto e improbable, como el de Largo Caballero en 1934 [sic] hasta el más próximo y con el que aún convivimos, el fenecido prusés. Lo dijo ayer don Aznar con ese carisma que le acompaña: el golpe de Estado en Catalunya continúa de manera cotidiana. De inmediato su sucesor, don Casado, extrajo la conclusión obvia: el presidente del gobierno participa y es responsable de un golpe de estado. Como se ve, el manómetro va subiendo de nivel, ¿hasta qué reviente la caldera? Veamos. En el mismo acto litúrgico en que participaron don Aznar y don Casado –presbítero y monaguillo incensándose mutuamente-, ambos compitieron en énfasis para afirmar la cualidad intangible de la constitución y el consenso que la inspiró, un marco jurídico tan ideal que ha permitido, por ejemplo, que un policía llegue a comisario superior sin contenerse en proclamar en público que el golpista que quiso acabar con la inmaculada constitución a tiro limpio es un héroe nacional. Tejero, ¿golpista o héroe? Bueno, la cuestión está en debate. Está más claro en el caso de don Sánchez.