Amor, Toni Morrison
Toni Morrison es el nombre literario de Chloe Anthony Wofford, (Lorain, Ohio, EE UU, 1938). Novelista, ensayista, editora y profesora universitaria de literatura inglesa y creación literaria. Es autora, entre otros títulos, de Ojos azules, su primera obra, escrita y publicada cuando tenía casi cuarenta años; La canción de Salomón, que le valió el premio nacional de la crítica en Estados Unidos; Jazz y Paraíso, sus obras de mayor éxito de público; y Amor, de la que nos ocupamos en este ciclo de lectura. Obtuvo el premio Pulitzer de su país en 1988 y el Premio Nóbel de Literatura en 1993.
La temática de su obra, tanto de ficción como ensayística, está centrada en la comunidad afroamericana, su historia, sus circunstancias y los comportamientos de sus gentes, con especial atención a las mujeres. Su última obra publicada en España este mismo año es El origen de los otros (ed.Lumen), un ensayo sobre la construcción ideológica de la identidad negra en Estados Unidos, escrita a partir de materiales que incluyen aspectos de su propia biografía.
La posición política de Toni Morrison se identifica con la defensa activa de los derechos civiles y contra la segregación racial; una posición que comparte con Nadine Gordimer, la escritora a la que se dedicó la primera sesión de este ciclo de lecturas, si bien, tanto las circunstancias políticas como las consiguientes perspectivas de ambas escritoras son muy distintas. También lo es la estructura narrativa de las dos novelas que examinamos y, por supuesto, el estilo, como veremos en la sesión.
La dolorosa particularidad de la comunidad negra en Estado Unidos es que procede de la esclavitud. Esta institución aberrante ha existido en todas las latitudes y épocas pero, de alguna manera, ha sido integrada y digerida en el tiempo por dos razones básicas: una, porque los esclavos no eran socialmente numerosos ni estaban marcados por razón de su raza, de modo que ellos o sus herederos han podido integrarse en la sociedad a medida que esta evolucionaba, y dos, porque el esclavismo histórico era parte de sociedades estamentales y en consecuencia podía considerarse como la clase más baja de la sociedad pero integrado en ella. Estos dos rasgos no se dieron en Estados Unidos porque la esclavitud fue simultánea de la proclamación de los derechos humanos y de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que son el cimiento de la constitución y de la independencia del país. La realidad de ciudadanos declaradamente libres e iguales que pueden tener esclavos a su servicio es una contradicción radical, insoportable. Sin embargo, durante casi un siglo esta institución permaneció porque era el soporte económico de los estados meridionales de la Unión y fue necesaria una guerra civil para abolirla. El trauma que significó la ruptura violenta del consenso nacional por causa de la esclavitud hizo que, terminada la guerra, vencedores y vencidos blancos hicieran caer la responsabilidad de lo ocurrido sobre los esclavos emancipados, que pasaron a la condición de ciudadanos de segunda, segregados y empobrecidos. Si además se tiene en cuenta el color de la piel de unos y otros, tenemos los componentes para una pesadilla de la que Estados Unidos aún no se ha librado.
Desde el final de la guerra civil norteamericana hasta nuestros días ha pasado cerca de siglo y medio y la comunidad afroamericana ha evolucionado en un proceso de integración muy lenta, costosa y contradictoria, en la que las barreras entre blancos y negros están lejos de haber sido abolidas por completo. No obstante, el desarrollo en todos los sentidos de la comunidad afroamericana da ocasión de indagar y fabular sobre sus condiciones y funcionamiento internos, y sobre las conductas y sentimientos de sus gentes. Es lo que Toni Morrison hace.
Amor, el título del que nos ocupamos en esta sesión, da noticia de la idea que preside el relato pero al mismo tiempo es ambiguo respecto al contenido de una historia que narra las vidas de un pequeño grupo de mujeres unidas por lazos de parentesco y vecindad y los sentimientos que las poseen y activan sus relaciones, en una población costera aquejada de una irreparable decadencia económica. Diríase que el amor es un anhelo común a todas, no en el sentido tópicamente romántico que asociamos de ordinario a esta palabra sino como una necesidad de plenitud, sosiego y reconocimiento que una existencia muy dura, a menudo atroz, les niega. La vida de estas mujeres está presidida por el dominio y la violencia que sobre ellas ejercen los hombres. En este sentido, el relato no da respiro. Una violencia estructural es la condición común en la que viven todos los personajes femeninos. La clave del relato y su desencadenante es el estupro cometido y sostenido en el tiempo por un hombre de unos cincuenta años con una niña de once.
La novela tiene una estructura poliédrica. La historia está segmentada en nueve capítulos, cada uno de los cuales presenta una cara del poliedro a través de cuyas páginas el lector penetra en el mecanismo interno del drama que se cuenta y solo al final obtendrá una comprensión completa de lo que ha leído. Los títulos de los capítulos son ambiguos, como el mismo título de la novela. Literalmente, aluden a un personaje de la trama pero en términos narrativos son roles de un drama -el amigo, la desconocida, el amante, el marido, etcétera- y se refieren más bien a la percepción que de este rol tienen los demás personajes que intervienen en el capítulo y a través del cual se identifican a sí mismos y operan en la trama. Es relevante observar que los roles dramáticos que dan título a los capítulos son, todos menos uno, masculinos mientras que, como queda dicho, el protagonismo del drama corresponde a las mujeres. A su vez, en cada capítulo se desliza algún detalle significativo cuyo sentido se desvelará al final de la novela, de tal modo que esos materiales descriptivos que se nos ofrecen solo en la última página muestran su razón de ser para dar coherencia al relato.
La historia se desarrolla en un lugar de la costa donde vive una comunidad afroamericana entre los años cuarenta y noventa del siglo pasado, entre el final de la segunda guerra mundial que propició una época de progreso material del que también se beneficiaron los afroamericanos y los años posteriores a las luchas por los derechos civiles y las transformaciones políticas de los panteras negras y otros grupos radicales. Este arco temporal permite a la autora presentar a cuatro generaciones y sus muy diferentes actitudes ante la realidad. El marco humano es una familia, antaño emprendedora y bienestante, presidida por un personaje patriarcal que levantó un pequeño imperio en el negocio hotelero, turístico y conservero, y que en el momento en que se inicia la historia está en completa decadencia y al borde de la extinción. La elección de una comunidad cerrada y autorreferencial permite a la autora examinar los comportamientos de los individuos y la responsabilidad que tienen en su propio declive. En resumen, se examina a la comunidad afroamericana (o a una parte de ella) sin hostilidad y con compasión, pero sin paños calientes ni excusas de falsa víctima.
El padre-patrón ha muerto cuando se inicia la novela por lo que lo único que sabemos de él es la gravitación que su memoria ejerce sobre los personajes vivos, que como queda dicho son mujeres. El pretexto que mueve la acción desde la primera página es la disputa por la herencia del patriarca, que separa/une a dos mujeres viejas de las que tardamos en saber que una es la nieta del patriarca y la otra su viuda, ambas de la misma edad. En este núcleo cerrado entra otra mujer, una chica joven que opera como el fatum de la tragedia y cuyas ambiciones y maniobras alterarán de una manera insospechada el equilibrio familiar asentado en la frustración, la desconfianza y por último en el odio. Alrededor de este grupo familiar femenino aparecen un cierto número de personajes masculinos, unos meramente evocados y otros presentes y activos en la acción, pero siempre secundarios, entre los que se encuentra toda la panoplia de actitudes masculinas diríase que biológicamente hostiles con las mujeres. En el mejor de los casos, dos de ellos, abuelo y nieto respectivamente, intentan ser decentes y justos con ellas.
El estilo narrativo es libérrimo y en consecuencia exige atención en la lectura; no basta con dejarse llevar porque bien se puede perder el hilo. El relato se apoya en la subjetividad de los personajes; el motor que construye el rompecabezas son sus deseos, ensoñaciones y manías. Es como si la autora les hubiera dejado corretear al arbitrio de sus sensaciones y recuerdos, lo que da lugar a un cierto desorden aparente. Los diferentes niveles del relato se suceden y se mezclan sin solución de continuidad. Pasado y presente, diálogos muy fugaces y monólogos interiores, descripciones y ensoñaciones, personajes explícitos y otros nebulosos, forman un magma en el que debe navegar la atención del lector. En este torrente narrativo se encuentran fragmentos preciosos de penetración y sensibilidad sobre la intimidad de los sentimientos y su fragilidad, y, en resumen, sobre esos lazos interpersonales que cohesionan a un grupo humano a la vez que lo tensan hasta el conflicto.