La construcción del nuevo legoland andaluz está erizado de zozobras. El ímpetu triunfal por sacudir de la poltrona a doña Susana y lo que llamamos el susanismo ha llevado a la creación de un artefacto -uno de esos juguetes a pilas tan característicos de estos días, que ruedan o vuelan de aquí para allá dirigidos con un mando a distancia- que puesto en marcha se encamina a Cuelgamuros. La pila, en periodo de prueba en el mercado español pero de prometedor futuro, es de marca vox. Los ingenieros del artefacto, todos ellos acrisolados liberales, faltaba más, no ocultan el fastidio que les provoca la pila que necesitan para mover el aparatito. Don Casado habla como si quisiera enterrarla en el cajetín del engranaje donde funcionara pero fuera de la vista del usuario, como todas las pilas en todos los artefactos. A su turno, el verboso don Rivera saca a relucir el moquero del constitucionalismo para aliviarse de los efectos del ataque de alergia que le ha sobrevenido. Don Valls, el megaliberal importado de Francia para conquistar Barcelona, también ha ensayado algunas morisquetas plagadas de distingos sin otro fin que evitar que el chisme vox le arruine la prolongación hispana de su carrera política. Al machote don Abascal le ha faltado tiempo para cachondearse de los melindres liberales porque no hay deporte de mesa más apreciado para un facha español que descojonarse y putear a los liberales patrios. Podrían habérselo preguntado a quienes tenemos edad suficiente para haber oído en vivo estas invectivas de los falangistas que impartían la asignatura de formación del espíritu nacional y de los que don Abascal y compañía son clones.

Pero, ¿hay liberales en España? El profesor Ignacio Sánchez-Cuenca deplora que los liberales españoles constituyan una familia ideológica de tamaño muy respetable que, sin embargo, está huérfana de representación porque, argumenta el profesor,  considerar que Ciudadanos, en estos momentos, sea un partido liberal resulta una opinión cuestionable. Esta flaqueza liberal se debe, según la misma autoridad, a la compulsiva tendencia de los liberales a dejarse engullir por una pulsión nacionalista muy potente, así como la defensa de un modelo territorial centralista y uniformizador.

La opinión de este escribidor es más pesimista. Hay un equívoco en considerar liberales a las amplias capas sociales de talante moderado y bienquisto que ocupan el brumoso espacio que llamamos centro y que sin duda constituyen la minoría mayoritaria en la población. Simplemente son conservadores pasivos, que detestan dos situaciones sobre cualesquiera otras: el cambio y el conflicto. El primero, interpretado siempre como una amenaza a su estatus económico y moral, y el segundo, atribuido a una conspiración foránea. Cuando alguna de estas dos eventualidades aparece en el horizonte, un mecanismo automático les empuja a cubierto bajo el doble paraguas del autoritarismo y la tradición. ¿Hay cuatrocientos mil fascistas en Andalucía?, fue la pregunta que menudeó entre comentaristas políticos a la vista de los resultados electorales en ese territorio. No, lo que hay son cuatrocientos mil liberales que han dicho, hasta aquí hemos llegado. Santiago y cierra España. Un grito guerrero ininteligible si no se comprende que lo debió inventar un liberal español.