Lucía, que cumplirá ocho años en pocos días, ha participado en la pegada de carteles de la huelga feminista de mañana y ha leído un libro sobre mujeres que han hecho aportaciones relevantes a la ciencia de cuya existencia sus mayores no teníamos ni idea. A Ariadne, que ya tiene ocho años, le gustan las películas de superheroínas, y se entrena para serlo: hace crossfit, baloncesto y a la menor ocasión muestra su forma física levantado en vilo a su hermana y a su prima más pequeñas. Las cuatro empiezan a vivir en un mundo igualitario que conformará su conciencia y el código de conducta con el que juzgarán a la sociedad en la que viven. Es un cambio revolucionario, el único acaecido en las últimas décadas que verdaderamente merece ese nombre, y a la sociedad no le queda más remedio que reconocerlo así, y a sus élites, obrar en consecuencia. La jornada de mañana tiene un carácter envolvente, universalista, al que es imposible oponerse de frente; a lo sumo, los más reticentes se pondrán de perfil.
Los hombres están -estamos, no es cosa de alegar la edad para escurrir el bulto- desconcertados, y temerosos. Hasta un cuarenta por ciento cree que el tsunami feminista cuestiona su masculinidad y pone en riesgo su lugar en la familia y en la calle. En la medida que analizan su rol en términos de poder no les falta razón. La construcción cultural de la supremacía masculina ha sido el argumento dominante en la historia desde el origen de los tiempos, hasta el punto de que nos ha llevado a creer que no era una construcción cultural sino un inapelable hecho de la naturaleza. Los hombres somos machistas espontáneamente; es lo contrario lo que nos obliga a un esfuerzo intelectual y conductual que no todos quieren hacer. A estas alturas, sin embargo, nos hemos quedado sin argumentos. El quejido de los obispos, esa congregación de castos varones de sexualidad errática, contra lo que llaman la ideología de género es la prueba más palpable de la indigencia intelectual de los reaccionarios. Pero que no haya argumentos a favor del masculinismo no quiere decir que este haya desaparecido ni que haya renunciado a hacerse ver siquiera sea en forma de un cierto malestar alojado en la trilateral derechista del país. Un agitado frente de rechazo en el que una punta del tridente proclama un feminismo liberal; la segunda punta, patológicamente deslenguada, acusa a las feministas de enfrentarse a los hombres, y la tercera, la más hosca y agresiva, insiste en que las mujeres no tengan visibilidad institucional. Las tres patas del banco reaccionario están a la defensiva. Es posible que las mujeres de estas organizaciones acepten de hecho el carácter subalterno de su situación; es posible, incluso, que algunas lo pregonen con fingido orgullo para satisfacer a sus jefes de filas y no perder el ganapán, pero ellas y ellos saben que el futuro es de sus hijas y nietas. Tienen al enemigo en casa.