El parlamento británico echa el cierre. Un primer ministro con cara de piripi y penacho de pájaro loco ha puesto en cuarentena ochocientos años de parlamentarismo para ¿qué? Con toda seguridad, ni siquiera él lo sabe. El tópico al que llamamos ‘bréxit’ es la deriva histórica, diríase que la caída en barrena, de uno de los países más antiguos, solventes y acreditados del planeta.
La sociedad civil (epílogo)
Estas organizaciones surgen de diversas formas de malestar socialmente generalizado y difuso, que consiguen hacer visible y al que dan una respuesta sintética y aparentemente al alcance de la mano. Mucha presencia en la calle, consignas rotundas y obvias, escasa urdimbre organizativa y débil responsabilidad de los participantes son los rasgos de estas movidas, paraíso de los activistas, que por último han de delegar en los partidos el cumplimiento de sus fines.
Nadie lo sabe
Si se celebrara uno de esos referendos al que nos hemos vuelto tan aficionados en el que se preguntase a la parroquia qué prefiere, un gobierno de tal o cual color o una economía que funcione, cuestiones que son indendientes una de la otra, adivinen por qué se inclinaría el buen pueblo. Hay pruebas empíricas de cuál sería la respuesta.
Nuestro amigo el caos
Los europeístas no tenemos más aliado que el caos. Las continuas prórrogas para que Reino Unido ejecute de una vez su ‘bréxit’ tienen una doble función: evitar que el caos que reina en la política británica caiga sobre nuestras cabezas y que sirva de ejemplo a los euroescépticos que quieran intentar algo parecido en el continente.
Duelo de reinas
En España, la resaca post imperial se inició en el siglo diecinueve y penetró largamente hasta el primer tercio del siglo veinte. Ahora ya sabemos también que fue una de las facturas impagadas de la gloriosa ‘transición’. La situación política actual es la página de wikipedia de la historia moderna de España