Después de todo acuerdo europeo reina inevitablemente la niebla sobre lo conseguido y sus consecuencias. Las cifras son tan desmesuradas, los términos contractuales tan retorcidos y lábiles, y los intereses políticos en juego tan variados y contradictorios que no podemos aspirar a nada en claro.
Las leyes de la termodinámica
En la torrentera de noticias lacrimógenas y depresivas que trae cada día la peste, aparece el rostro bien tallado, luminoso, germánico, de un muchacho que declara que no va a renunciar a parte de su salario a favor de la empresa que le contrata porque le parece una abdicación de sus derechos.
El nuevo teatro
Las reglas del confinamiento constriñen la visión del paisaje, que solo puede atisbarse por dos rendijas u ojos de cerradura: la ventana de casa y la pantalla de la tableta. A través de la ventana, la primavera sigue su rutina en los castaños de Indias, únicos habitantes de la calle vacía, de entre cuyas hojas emergen las panículas de florecillas blancas. Al confinado le asalta una ocurrencia: cuando él no esté, los castaños seguirán floreciendo y la tele seguirá encendida.
Los novios de la muerte
El confinamiento en la sola compañía de la carraca que llevamos de fábrica en el interior de la caja craneal es una fuente de riesgo porque en ese espacio de nuestro organismo no hay gran cosa de valor: obsesiones, manías, hábitos en bruto, recuerdos inertes y deseos de imposible cumplimiento, todo ello regado con unos jugos que inflaman las fantasmagorías y llevan a la desmesura.
La máscara de la nueva era
Quién sabe si las mascarillas profilácticas no son la señal indumentaria de la próxima era. La mascarilla permite estar en el mundo a una satisfactoria distancia del prójimo sin dar explicaciones a nadie, lo que es el sueño de las clases dirigentes; en cuanto al buen pueblo, volverá a llenar los estadios de fútbol provisto de mascarillas compradas en z-a-r-a, que, entonces sí, se verá que son inservibles para prevenir el contagio.