Si todo el mundo, literalmente, necesita una mascarilla para salvar la vida, esta se ha convertido en un bien de primerísima necesidad, de modo que el mercado de oferta se ha trufado de contrabandistas, especuladores y logreros. En este trance, le han vendido al gobierno una partida inservible de material para la detección rápida del contagio.
Un amigo para tiempos oscuros
En los últimos peldaños de la existencia, nos es concedido el derecho al laurel de la épica. Y además, como grupo de riesgo, en primera línea. Hay algo de exultante en esta circunstancia. A la espera de acontecimientos, el conscripto, recluido en la garita de su casa, busca el arrimo de algún amigo con el que pegar la hebra y ahí está La peste, de Albert Camus.
Milagro
Es sabido que en tiempos de tribulación se producen milagros. Por ahora, uno de los más notorios, puro asombro, es la conversión de don Guindos al keynesianismo y aún más allá, al comunismo ‘podemita’. ¿Pues no postula el tío una renta universal de emergencia? Don Guindos confirma la evidencia que no hay mayor fanático que un converso.
La balada de Narayama
Y en estas aparecen los muertos y los vivos hermanados en la soledad de las residencias geriátricas. Un impacto en la conciencia que nos llega directo desde la Edad Media. La mezcla indiferenciada de vivos y muertos es probablemente el icono más depurado de la peste; lo vimos por última vez en las imágenes de la liberación de los campos nazis.
Churchilliana
En el fondo de nuestro corazón echamos en falta discursos marmóreos, que dominen los hechos, o nos hagan creerlo así. Los de Churchill son el modelo más frecuentado. Los suyos fueron arengas monumentales aunque tendemos a olvidar que el monumento lo levantaron los que quedaron vivos después de que acabara todo.