Entre tantos lamentos, Bruselas parece inclinarse por financiar, finalmente, la erección de muros y alambradas en las fronteras de la unión. Falta un paso para que el proyecto europeo se fosilice en el escenario de El desierto de los tártaros, donde a resguardo de una fortaleza onírica esperamos a un enemigo que no llega nunca porque no existe.
La gran ilusión
La marcha de Angel Merkel ocurre después de una serie de crisis –financiera, territorial, migratoria, sanitaria y política- que han sacudido a Europa y a las que ha capeado cuando le tocó hacerlo pero que no ha resuelto y, a contrario, han hecho más evidentes las costuras de la Unión y más evidente su improbable pervivencia.
Los tocadores de narices
En efecto, la unioneuropea tiene muchas narices pero carece de unidad política, poder diplomático y militar, sus miembros tienen intereses matizadamente divergentes y, para decirlo todo, está trufada de fuerzas y partidos nostálgicos del pasado (fascistas, dicho en claro) que quieren destruirla desde dentro.
El embajador de la isla desierta
Ya hemos llegado a casa y a la sinopsis del suceso: a) un embajador altamente motivado, también por razones personales y b) una catástrofe diplomática con expulsiones a chorro de diplomáticos a un lado y a otro de lo que antaño se llamó el telón de acero del que diríase que hay cierta nostalgia. El cambio de los tiempos ha deslucido la figura de Borrell y lo ha convertido en el embajador de una isla desierta.
Iván y los boyardos
Rusia puede asumir en sí misma todas las lacras occidentales, desigualdad social, corrupción económica, intervención política en terceros países, etcétera, incluso puede aumentarlas de grado, pero olvídense de que vaya a ser un calco de las democracias liberales. Ni siquiera es seguro que a las democracias liberales les convenga que lo sea. El estado de derecho está bien, pero los negocios también.